domingo, 2 de agosto de 2009

P.

Los más importante de P. es su risa: mostrando unos dientes grandes y francos, deja salir el aire en pequeños copos, mostrando una ronquera seductora. Con el mismo desenvolcimiento con el que ríe muestra sus redondeces, amistosa y desentendida.

Ha tenido menos amores de los que merece, pero han sido intensos hasta el punto de aparecer siempre como permanentes. Creo que cuando ama no sólo ama sino que recrea una nueva vida, con su mitología, su lenguaje sumergido, mudos vasos comunicantes con otros amores. Yo nunca fui uno de ellos, aunque hace muchos años quise serlo.

P. tiene un puñado de amigos que no se desprenden, que intercambian amores, odios y recuerdos como si fueran espinas de un mismo cactus. Ella ocupa su espacio, orgullosa y tranquila, dispuesta siempre a recordar con su risa que algún día aprendió a guardar secretos.

Es generosa, de esa generosidad callada que no grita para hacer regalos ni se oculta cuando recibe una lisonja. Prefiere disfrutar sin concesiones, como si no existiera generosidad porque todo y nada es de todos y de nadie. Toma aguardiente sin cerrar los ojos mientras busca otros motivos para soltar su risa o, quizás, para evitarla.

Hace años no veo a P. y creo que es el tiempo más largo en un carto de siglo sin verla. Sé de ella y sé, sobre todo, que pronto nos veremos y que cuando así sea me regalará, una vez más, un baño de risa. No en vano se mereció la primera semblanza.