Julio es el verano. Es el mes de las vacaciones, las sandalias en la calle, los ombligos al aire. Sentarse en una terraza a tomar cerveza, hacer picnic en un bosque, ir al lago a nadar. Por fin se puede vivir con la calefación apagada y las ventanas abiertas, y los temores de una gripa que te deja una semana en cama desaparecen. Vuelvo a la vida.
Bueno, a menos que tengamos en cuenta que C. duró cinco días sin salir de la casa, dos de ellos sin que le saliera voz (Una gripa agridulce para mí). Que recordemos que las idas a la playa fueron una sola, y las del lago otra. Que la temperatura nada que llega a los 30, y en cambio suele no llegar a las 20. Que por lo largo del día a veces hay que salir corriendo a las 8.30 de la "noche" a buscar alguna tienda abierta. Que la lluvia es visitante usual de estos pagos. Que cuando tengo que trabajar hace sol y la gente canta y baila en las calles, y cuando salgo llueve y solo hay bicicletas herrumbosas en las aceras. Que hay más mosquitos que en El Espinal y venden menos repelente que en Pailitas, Cesar. Que todos los holandeses son más sagaces y nacieron prevenidos y huyen de la sonriente invasión de la soledad. Que unos amigos ya se fueron y otros no han llegado aún. Que C. está que mata por irse a un verdadero verano y, como si yo fuera el culpable, se venga dejándome en un largo verano. Y así.
Maldito sea el verano en estas latitudes.
domingo, 12 de julio de 2009
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